Nada más cruzar las puertas de San Pedro se acercó a mi despacho, en el Ministerio de «Reclamaciones Póstumas de Ánimas Insatisfechas». Pensé que como todos, vendría a quejarse porque, según él, había muerto antes de tiempo; que él debería estar todavía en la tierra, que le faltaban muchas cosas por vivir… lo de siempre.
Pero no era así. Su hábito de Cartujo y su rosario reflejaban su devoción.
– Deseo que sea modificado mi nombre en el registro de ánimas, dijo el monje.
– Lo veo difícil; así consta en su lápida y en su fé de bautismo. Ese fue el nombre con el que ha tomado todos sus sacramentos hasta el último de ellos. Al menos -dije tras consultar el ordenador- eso pone en nuestra base de datos MYSQL. No obstante, si desea iniciar el proceso, debe cumplimentar y firmar estas tres instancias, y esperar tres eternidades a que se le informe de la resolución del tribunal de este Ministerio.
Sentí curiosidad, ya que era la primera vez que me encontraba un caso así desde que expulsé a Lucifer porque me tenía frito con sus 1000 nombres, -pretendia que instalara el access para gestionarlos-.
-¿Cual es el motivo de repudiar su propio nombre, Fray Invierno?.
-Verá usted; de bebé fui abandonado a las puertas del Monasterio. Los monjes me adoptaron y escogieron ese nombre por ser la época del año en que me recogieron; pero no me siento para nada identificado con él. La verdad es que no anduvieron muy certeros. Aquellos hombres de clausura no conocían ninguna hembra -salvo sus gallinas, a las que por cierto no me asemejo-. Dedujeron por tanto que ese bebé había logrado escapar de las garras del maligno, perdiendo en aquella batalla su diminuto apéndice. Así crecí con ellos; sin barba, con extrañas protuberancias en mi ser, y con notables diferencias con mis hermanos.
Estas diferencias me mantuvieron siempre preocupado, pues intuía en mi cuerpo un prodigio, más que una herida de guerra. De camino al cielo expuse mi preocupación a los ángeles, pero claro está, ellos no supieron responderme. Fue al encontrarme frente a Dios y verle semejante a mí, cuando comprendí que mi supuesta amorfidad era en realidad herencia de ella, la Gran Creadora.
Así pues, solicito que mi nombre sea cambiado a «Primavera». Mis argumentos son sólidos: yo traje al convento la alegría, la creatividad, las sonrisas sin saber porqué. Los cánticos de los monjes son ahora más inspirados que nunca y la huerta, que conocí desértica, es ahora un vergel. Además, ¿por qué motivo alguien llamado invierno iba a estar siempre muerto de frío?.
No puedo continuar con un nombre que no me corresponde. Ya he vivido cuarenta años encerrada en un sexo que no era el mío.
-Enseguida cogí un sello y con tiento estampé en su solicitud: «URGENTE».
felicidades ! no me extraña que esté seleccionado para publicación, este cuento es muy original, y me gusta mucho.